jueves, 22 de noviembre de 2012

El árbol: narcisimo y codependencia


Yo era un tronco rústico con el que tropezaste.

Ahora creo que hiciste que tropezaste,

que me viste antes y quedaba mejor que tropezaras.

Y te quedaste.

Acariciabas las rugosidades de mi corteza;

admirabas la imperfección de mis ramas,

lo grotesco de mi tronco tipo palo borracho.

Te extasiaba mi rama que, indoblegable, crecía hacía el cielo.

Y mi soledad.

Veías, lejanos, a los otros árboles doblegados,

y me abrazabas y tus brazos casi no me abarcaban.

Llorabas cuando te contaba las vicisitudes de mi semilla,

los avatares de mi retoño, la tenacidad de mi primer ramita.

Y usabas una de mis hojas para secar tus lágrimas.

Si un pintor mirara, vería al final de un camino

un árbol solitario, a ti sentada en sus raíces,

un cielo agrisado, y nada más.

Reías mucho con algunos de mis frutos.

Se te veía feliz

Pero un día…

Trajiste un serrucho, terror de cualquier madera,

unas tijeras que hacían tiritar a mis hojas

y un hacha que entristecieron a mis ramas viejas.

“Te arreglaré para que seas como los otros árboles”

dijiste, “Un árbol, para mí, debe ser…”

“No lo hagas”, te dije, “yo soy, porque soy como soy”.

“Pero no puedes ser así, mi árbol es de otra manera,

hace gimnasia para no parecer un palo borracho,

sale a caminar para conocer otros árboles…”.

“Eso no lo hace un árbol, y menos yo”, dije.

Pero, testaruda, comenzaste a hacer un pozo

para cambiarme de lugar.

“Sólo me debilitarás,

mis raíces se extienden más allá de tus posibilidades”.

Con tu hacha golpeabas a una de mis ramas

“¡Ay!”, grité, “No la cortes, eso también soy yo”.

“Pero queda feo, mi árbol…”

“El árbol que tu quieres, ahora, es otro…”

“Es que debes cambiar, mira tu tronco rústico,

tus ramas imperfectas, tus…”

“¿Y mi rama que, indoblegable, crece hacía el cielo?”

“¡Ah, eso! Eso ahora no importa, ¿qué tiene que ver?”

“Es que esa rama también nace del tronco rústico”

Me culpaste por mi arbolidad, y te fuiste.

Algunas hojas se cayeron mientras te alejabas.

Los pájaros, los de siempre, se quedaron.

Ellos me querían como era y hacían sus nidos.

“Ustedes, ¿por qué se quedan?” les pregunté.

“Nos gustan tus ratitos”, contestaron.

“Y no les molesta que otros hagan sus nidos”.

“Tienes muchas ramas… Además es lindo…”

“¿Qué?” pregunté, ya descreído.

“Es lindo contarles a nuestros hijos sobre tu rama,

esa que, indoblegable, crece hacía el cielo".

Desde el punto de vista de la codependencia y el narcisismo, esta poesía puede interpretarse como una relación desequilibrada y disfuncional entre dos personas. 

El narrador, representado como el "tronco rústico", parece dependiente emocionalmente de la otra persona, a quien idealiza y busca complacer constantemente. Esta persona, a su vez, exhibe comportamientos narcisistas al intentar moldear al narrador según sus propias expectativas y deseos, sin tener en cuenta su individualidad y autonomía. 

El narrador muestra signos de codependencia al aceptar pasivamente los intentos de cambio y control de la otra persona, sacrificando su propia identidad y autenticidad en el proceso. Por otro lado, la otra persona exhibe comportamientos narcisistas al imponer sus propias ideas de perfección y belleza sobre el narrador, despreciando sus características únicas y naturales. 

La poesía ilustra el conflicto entre la necesidad de aceptación y amor del narrador y la imposición de expectativas y demandas irreales por parte de la otra persona. El narrador finalmente se da cuenta de la toxicidad de la relación y encuentra consuelo en la aceptación y apoyo de aquellos que realmente lo valoran por quien es, no por quién intentan que sea.

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